
Aquí os dejo la entrevista completa:
El viaje personal de Katherine Mansfield fue tanto físico como mental. ¿Ambos fueron igualmente liberadores?
Absolutamente. Su vida fue un continuo viaje. Con 20 años se mudó a Londres persiguiendo su carrera literaria y ya nunca regresó a su Wellington natal (solamente en su imaginación, el escenario de sus mejores relatos). Tras ser diagnosticada de tuberculosis, viajó por toda Europa buscando cura y climas cálidos. Sus relatos, con frecuencia, se ubican en medios de transporte (trenes o barcos), esos espacios liminales donde se produce el momento existencial. Incluso al final de su vida se ingresó en el instituto de Gurdjieff en Fontainebleau para emprender un viaje espiritual que sanase su alma, ya que no su cuerpo. Para Mansfield la vida fue continua aventura y, finalmente, una liberación.
Frente a una sociedad, como la actual, que casi ha sacralizado la «soledad elegida», ¿la expresión que titula el libro es una provocación descarada?
El título es una traducción algo libre de una cita de la autora y sí, en una sociedad como la actual, se podría leer como una provocación. Es parte de la tensión existencial de Mansfield y del propio movimiento modernista anglosajón en el que se integra. Ella siempre fue una intrusa en los círculos literarios londinenses: Bloomsbury y Garsington. Su condición como mujer de las colonias le daba un toque provinciano, que desdeñaban Virginia Woolf o Lytton Strachey. Y, sin embargo, ésa era precisamente la clave de su libertad, no estar vinculada en exclusiva a un grupo literario. A pesar de su anhelo por pertenecer a estos grupos artísticos, encontró en su ficción el refugio frente a la soledad. Por supuesto que valoraba y disfrutaba la soledad elegida, pero en su material autobiográfico y en sus relatos trataba de escapar a la soledad endémica de su época, no muy diferente de la nuestra. Su obra es un claro testimonio de la empatía como antídoto para un momento histórico podrido, que T. S. Eliot plasmó magistralmente en su Tierra baldía.
Los legionarios se tatuaban «Amor de madre» en los brazos. ¿Mansfield podría haberse tatuado en los suyos «Desamor de madre», tal fue la influencia de ésta en su ejecutoria posterior?
(Risas). Considerando que su hermano Leslie fue soldado en la I Guerra Mundial, la imagen funciona muy bien. La relación con su madre, Annie, estuvo torcida desde el principio. Mansfield siempre hablaba de ella como poco maternal y, de hecho, quien la crio fue su abuela. La rebeldía la llevó en su juventud a tener una relación lésbica con una chica aborigen de su colegio, probablemente con la intención de forzar a sus padres a mandarla a Londres, como así fue. Una vez allí, su vida disoluta llevó a su madre a visitarla para disuadirla de su supuesto lesbianismo y acompañarla a un balneario alemán para ocultar su embarazo. Poco después desheredó a su hija, si bien en sus escritos íntimos Mansfield se reconcilió con ella tras su muerte.
¿Qué compañías le trajo a Mansfield la soledad?
En mi libro planteo tres tipos de compañías antisociales, relaciones íntimas entre dos personas, con las que intentó combatir la soledad y, al mismo tiempo, cuestionar las normas sociales: los amantes, que en su obra y en su vida fracasan estrepitosamente (destacaría la sombra del adulterio); los artistas y escritores, con mención especial a Virginia Woolf (ambas se adoraban, pero también se tenían unos celos atroces – cuando Mansfield murió Woolf anotó en su diario, desolada: ¿quién escribirá ahora lo que yo no puedo?); y los hermanos, concretamente la mistificación de Leslie tras su muerte en la guerra.
Su apuesta por el relato como forma de expresión, ¿también fue una ‘manera de ser’ literaria claramente provocadora?
Sin duda. En numerosas ocasiones Mansfield probó a escribir novelas, pero las dejó aparcadas porque su apuesta era el relato corto, un género absolutamente denostado en aquel momento. Tenía la convicción de tener las herramientas necesarias para dignificarlo. A pesar de sus dudas e inseguridades, sabía que su apuesta era ese ‘género menor’, una apuesta provocadora, como su manera de ser y de vivir.
¿Qué mezcla Mansfield en su probeta de la experimentación formal?
Absolutamente todo. Su curiosidad por explorar y experimentar también se proyecta en su escritura. Aunque su poesía se considera menor, e incluso probó a escribir guiones de teatro, el lirismo y la teatralidad marcan su experimentación formal en los relatos. Hay cuentos como ‘La gorra negra’ que podrían ser un libreto teatral, o ‘El canario’ y ‘La doncella de la señora’, que son monólogos teatrales o diálogos truncados. El flujo de conciencia del modernismo se incorpora en sus relatos, pero no desde la experimentación extrema de Woolf o Joyce, sino de forma orgánica, con una prosa lírica en relatos que persiguen viñetas cotidianas. No olvidemos que murió con 34 años, en un momento además clave en su evolución como escritora, pues sentía que había agotado sus recursos. ¿A dónde habría evolucionado? Eso nunca lo sabremos. Yo pienso que, a pesar de odiar la novela, habría escrito novelas posmodernas al estilo de su compatriota Janet Frame. La experimentación estaba en su ADN.
Cuando las relaciones humanas, como ocurriera en su caso, se convierten en fugaces, ¿qué les otorga valor, qué las hace eternas en su plasmación literaria?
Mansfield aprendió a vivir, como bien dices, en la fugacidad. Por eso, como decía antes, en sus relatos predominan los espacios transitorios. Precisamente de las relaciones humanas le interesaba ese momento mágico en el que se produce la empatía, la conexión. Su relato ‘Felicidad’ es un buen ejemplo: la protagonista que conecta fugazmente con otra mujer, justo antes de descubrir su traición. Lo que hace eternas estas relaciones efímeras en su escritura es el poderoso simbolismo al que recurre (en este relato la luna y un peral del jardín), así como el lirismo de sus descripciones en las que no sobra una palabra y que sugieren incluso más de que lo dicen. Esos silencios y ecos ocultos son lo que hacen sus relatos eternos.
Mansfield quiso volver a ser niña una y otra vez, borrando la pizarra de la vida con sus sinsabores pintados. ¿Llegó, según usted, a tener una esencia personal propia, como Woolf reivindicó una habitación propia?
No me cabe la menor duda. A pesar de los golpes brutales en su vida, sobre todo la muerte de su hermano y su propio diagnóstico de una enfermedad mortal, Mansfield consiguió salvar a la niña que fue en relatos como ‘Casa de muñecas’, ‘Preludio’ o ‘En la bahía’. Tiene una destreza impresionante para dibujar personajes infantiles, pero visionarios y maduros a la vez, que no cierran los ojos a la sombra de la muerte. Como dice en su mal nombrado ‘diario’ (ella escribió notas deslavazadas, que su marido manipuló y unificó en un diario), Mansfield tiene la destreza de cazar al vuelo trozos de vida y, al estar enraizada en ella, logra hacer de la muerte un canto a la vida.
¿Cuánto tiempo ha estado usted en escribir este ensayo?
Mansfield ha sido la escritora a la que más tiempo he dedicado en mi investigación académica. Defendí mi tesis sobre ella en 2003. Fue a partir de 2010 cuando, desde varios proyectos I+D, me adentré en este estudio comunitario de su obra y este volumen surge de esa investigación. Este año, que coincide con el centenario de su muerte, he impartido conferencias y pensé que era el momento de rendirle homenaje, otra vez, en forma de libro. Por tanto, aunque este estudio se ha fraguado en el primer semestre de este año, es el resultado de una larga investigación. El broche de oro ha sido mi participación en el congreso organizado a mediados de octubre por la Katherine Mansfield Society, celebrando su cumpleaños y este centenario en Fontainebleau, lugar donde murió. Allí, en el cementerio de Avon, visité su tumba por primera vez, así como el instituto donde murió. Subí las escaleras que ella subió por última vez la noche de su muerte el 9 de enero de 1923. Mansfield las subió rápido para demostrarle a su marido su mejoría. A los minutos una hemorragia le provocó la muerte. Yo las subí despacio, sintiendo el aleteo de un pájaro herido, que supo abrir la jaula y volar alto.