En el número 5 de 2017 de la revista académica RAUDEM: Revista de Estudios de las Mujeres (ISSN: 2340-9630, pp. 296-298), el profesor de la UNED Dídac Llorens Cubedo publica la siguiente reseña de Hijas de un sueño.
Gerardo Rodríguez Salas, Hijas de un sueño, Granada: Esdrújula, 2017, prólogo de Ángeles Mora, 152 págs., 14€.
No es lo más habitual que un autor novel opte por un libro de relatos. Además de ser un género menos rentable para las editoriales que la novela, parece exigir múltiples recursos narrativos que permitan dotar a cada relato de singularidad y carácter. Gerardo Rodríguez Salas ha asumido estos retos con Hijas de un sueño, su primera obra de ficción, y el resultado es altamente satisfactorio.
Uno de los principales logros de esta colección de relatos es que nos muestra una gama amplísima de posibilidades narrativas: el soliloquio (“Aceite y jabón”), la alternancia de voces y puntos de vista (“Hijas de un sueño”), la prosa poética (“No duerme nadie”), la efectiva compresión del sketch (“Retales”), la intención alegórica o parabólica (“Lagartijas”), la presencia del más allá o del realismo mágico (“Todas las almas”, “La lámpara”, “La cueva”), la búsqueda de alternativas al tiempo narrativo cronológico (“A la vuelta de los sueños”). Tal variedad parece reflejar una voluntad de experimentar y ejercitarse al máximo como escritor.
La naturaleza poliédrica de Hijas de un sueño convive con dos principios cohesionadores fundamentales. Por una parte, la mayoría de relatos se sitúa en un contexto espacial común: el pueblo de Candiles, imaginario y granadino a la vez, y algunos de sus habitantes (sobre todo, algunas de sus hijas). Por otra, el énfasis en cuestiones de género e identidad sexual, hábilmente trasladadas al terreno de la ficción en relatos como “Babel” o “Doce mariposas”, que están entre los más logrados.
Las referencias a Candiles, sutiles y dispersas, como retazos que vamos encontrando a medida que avanza la lectura, bastan a Rodríguez Salas para definir este espacio de manera económica pero efectiva. Aunque Candiles puede asociarse a un idealizado y reconfortante sentimiento de pertenencia, en los dos últimos relatos citados, entre otros, se nos presenta como un ambiente opresivo y amenazante. El foco narrativo está, más que en el espacio en sí, en aquellos personajes que, perteneciendo originalmente a la comunidad, han sido excluidos o desplazados a los márgenes por el patriarcado y la normatividad. Algunos de ellos tienen la oportunidad de resarcirse a través de una suerte de carnaval bahktiniano: Onofre y Manolo, los protagonistas transgénero de “Babel”, se alían y vuelven al pueblo, un “séquito arcoiris” frente a la “masa gris” (pág. 98); el grupo de mujeres de “Doce mariposas” decide unir sus destinos solidariamente contra la violencia machista, constituyendo una comuna y escondiéndose en una iglesia.
En el pueblo, la historia de estas doce mujeres pasa secretamente de madres a hijas: “En Candiles se habla de leyenda y hay que contarla en voz baja y nunca, nunca delante de los hombres, porque les hierve la sangre y pegan puñetazos en la mesa” (pág. 139). Las mujeres de Candiles cumplen así su función de transmisoras de secretos que desafían a la autoridad masculina y de depositarias de la memoria. Es el caso de las tres hermanas protagonistas de “Hijas de un sueño”, que reconstruyen su memoria individual, la de su familia y la de su pueblo, pero también hacen memoria histórica, al recordar la violencia traumática de la Guerra Civil y la posguerra.
Las historias de estos personajes, como suele ocurrir cuando se elige un microcosmos narrativo particular, nos llevan de lo individual y local a lo universal. Candiles es un pueblo andaluz arquetípico aunque, como decíamos, situado en Granada. Lorca se manifiesta de manera recurrente a través de simples y evocadoras referencias; en “No duerme nadie”, su presencia es un componente esencial. Este relato alterna distintos puntos de vista (incluyendo el de un feto) y hace converger magistralmente un fatídico aborto, el trágico fusilamiento del “poeta en Nueva York” y el horror de los ataques terroristas del 11 de septiembre.
Lorca está también en el lenguaje de “No duerme nadie”, así como en el surrealismo y la sinestesia de ciertas imágenes pertenecientes a otros relatos: “el sol se posó en su mejilla revoloteando como una mariposa de franela” (“Retales”, pág. 62), “La Alpujarra olía a misterio” (“Lagartijas”, pág. 69), “las palmeras se han quedado afónicas” (“A la vuelta de los sueños”, pág. 99), “los ciempiés brotaron de su piel” (“La lámpara”, pág. 113), “el tiempo es un pez en aceite” (“Espejismo”, pág. 115). Este registro poético se combina y a la vez contrasta con otro coloquial y dialectal; los vivos diálogos y las espontáneas narraciones en primera persona son un prodigio de autenticidad que escritores más bregados envidiarían.
El hábil manejo de registros es un mérito más de este primer libro de narrativa de Rodríguez Salas, que invita al lector a adentrarse en un mundo alternativo a los patrones dominantes y excluyentes, a participar de este “sueño” y a conocer a los personajes que son sus “hijos” e “hijas”. Además del éxito que ya es, Hijas de un sueño quizás contenga el germen y la promesa de una buena novela.
Dídac Llorens Cubedo
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