Escritos, Prensa, Prensa

Granada Hoy: Entrevista ‘Anacronía’ (14/11/20)

El sábado 14 de noviembre, en la sección de ‘Ocio’, el diario Granada Hoy me dedica esta entrevista, llevada a cabo telefónicamente con la periodista cultural Isabel Vargas. Muy agradecido al periódico y, en especial, a Isabel por crear una atmósfera tan cercana durante nuestra charla y por sus magníficas preguntas. Y gracias a Tony Juárez por sus estupendas instantáneas.

«Hoy día con la pandemia lo que nos ayuda a mantenernos a flote es la cultura»

  • El profesor ahonda en el dolor por la pérdida de un ser querido en su primer poemario, titulado Anacronía (Valparaíso), donde hace un viaje (interior) por Nueva Zelanda y Granada.

«Se te apagó la luz aquella tarde. Lejos del alquitrán tu corazón pulsaba en mis oídos«. Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) perdió a su hermano hace tiempo. Ha sido ahora, 19 años más tarde, cuando el escritor se ha atrevido a publicar un poemario en su honor. El crítico literario ahonda en el dolor por esta pérdida en Anacronía (Valparaíso), donde traza una cartografía de Nueva Zelanda y Granada, dos lugares clave en su vida. «El libro lo terminé hace tiempo, pero cobró un significado nuevo estos meses. Yo no pude despedirme de mi hermano. Decir adiós a alguien sin poder despedirte cuesta. La imposibilidad ahora de despedirse de un ser querido está presente con el virus. Ha sido un momento muy catártico en un momento difícil. A mí me ha dado mucha luz«, se sincera el profesor titular de Literatura Inglesa de la UGR, que reconoce que ha necesitado «mucho tiempo para encajarlo y escribirlo desde la distancia». El resultado de este ejercicio de memoria es un primer poemario luminoso y a la vez amargo donde lo innombrable se hace verso.

-En primer lugar, ¿cómo está pasando estos meses de pandemia?

-Como todos: subido en una montaña rusa. Vivimos momentos duros de no asimilar la realidad, el momento distópico en el que estamos metidos. Pero, por otro lado, me ha servido para conectar con mi lado creativo.

-¿La literatura ayuda a verbalizar lo no dicho en voz alta?

-Sí. Y a descubrirlo. Muchas veces tú tampoco encuentras las palabras. Algunos lectores me dan las gracias por ponerle palabras a lo que ellos no saben expresar. Yo mismo he necesitado mi tiempo para encontrar las palabras exactas. Es un viaje, como el propio libro indica, en que no sabes encontrar la palabra perfecta. Es un proceso de descubrimiento. Las palabras están ahí, pero hay que rescatarlas y dotarlas de significado. Lo importante es el viaje, ya que no hay una respuesta para todo. Con este poemario he buscado las palabras a un dolor que no sabía expresar.

Te fuiste y me aplastó la oscuridad más absoluta«, escribe. ¿Por qué el dolor que causa la perdida de un ser querido inspira tanto?

-Cuando estás enamorado, estás tan metido en la idea de vivirlo que casi no te preocupa sentarte a escribir un poema de amor. Normalmente es la pérdida lo que provoca esa necesidad de escribir. Al final la escritura se convierte en una herramienta. Teresa Gómez lo dice en la contraportada: la memoria se convierte a través de la poesía en esa herramienta bien afilada que hace que puedas rescatar el dolor y exorcizarlo. La literatura es reparadora. Siempre ha sido así. Muchas veces se ha recurrido a ella para intentar sanar, para sacar todo ese dolor que no puedes sacar de otra manera. Se convierte en un proceso de aprendizaje. Es un viaje hacia la reparación. No se consigue totalmente, pero sí que sirve para entender el dolor.

-¿Se puede entrenar la memoria a través de la literatura sin salir herido?

-Herido tienes que salir. Las heridas y las cicatrices están ahí. Es necesario visibilizarlas. Hay un poema titulado Moko kauae, que es el tatuaje que las mujeres maoríes llevan en la barbilla. La ausencia es ese tatuaje que te quema, te chamusca la piel. No puedes tapar la herida y no pasa nada por mostrarla. En cualquier proceso de reparación debes pasar por ese daño.

-¿Le ha costado mucho escribir estos versos?

-Inicialmente no me planteé escribir sobre este dolor. Todo ocurrió un día que bajé al sótano y asimilé que ese viaje a Nueva Zelanda había ocurrido. Fue un año después de la muerte de mi hermano. Me fui allí a acabar mi tesis doctoral. Durante ese viaje me enfrenté al dolor cara a cara. Guardaba de ese momento una especie de diario y un álbum de fotos. Bajé al sótano, vi ese material y me dije: «Creo que necesito sacar esto en forma de escritura». Wordsworth decía que había que escribir desde la tranquilidad y el reposo esas emociones totalmente disparadas que tienes en el momento. Ahí me di cuenta de que había llegado el momento de escribirlo.

-Dedica una parte del libro a trazar una cartografía neozelandesa. ¿Qué ha aprendido de su cultura y sus gentes?

-La autora de mi tesis, Katherine Mansfield, es neozelandesa pero toda su vida literaria la pasó en Europa. La parte más creativa le viene de sus recuerdos de Wellington. En el momento que hago el viaje conecto con el imaginario de su obra. Además, la cultura maorí empezó a llamarme mucho la atención. Es esa otredad que quieres entender para conectar con tu propio yo. La cultural neozelandesa desde la perspectiva de la pérdida suponía lo que supone un descoloque temporal y espacial. He aprendido todos estos elementos culturales y una memoria histórica alternativa. Para mí era importante conectar la memoria histórica de nuestro país con la memoria histórica del Pacífico. La proyección postcolonial de esta zona geográfica, el exterminio, el genocidio, el robo de niños maoríes parecen muy lejanos, pero la base es la misma que la nuestra. Esa pérdida y su verbalización resulta lejana, pero no tanto. Ha sido una manera de conectar desde lo personal a lo político.

-¿Qué destacaría de la autora de Fiesta en el jardín?

-Katherine perdió a su hermano de una manera muy repentina. Poco antes de su muerte, se encontraron y no tenían una relación muy estrecha hasta ese momento. Todos sus relatos con más corazón son los que vienen de Nueva Zelanda. La pérdida de un hermano y todo lo que supone exponerte a la muerte de alguien tan cercano de la forma más inesperada posible deja huella. Ella es una escritora que ha pasado al canon literario por escribir relato corto y ser mujer. ¿Cómo se convierte alguien así en una figura tan central casi como Virginia Woolf? Destacaría de ella su sutileza a la hora de narrar escenas cotidianas pero cargadas de relaciones interpersonales que no siempre funcionan, con esos miedos a conectar con el otro. En su obra palpita una preocupación política y cultural pero desde la trivialidad aparente. Tiene una destreza brutal parar narrar situaciones muy cotidianas con una proyección y sutileza impresionantes.

-En su primer poemario aparecen menciones a Javier Egea, Luis García Montero, Ángeles Mora, Álvaro Salvador o Teresa Gómez. ¿Cuánto le ha influido la generación de la otra sentimentalidad?

-Muchísimo. Ángeles Mora escribió el prólogo de Hijas de un sueño. Sin duda asociaría mis comienzos literarios a la otra sentimentalidad. Cuando comencé en la facultad tuve una asignatura de crítica literaria y la profesora la enfocó a la poesía granadina. Esa sensibilidad me traspasó desde el primer momento. Es un tipo de poesía que justamente juega con lo personal y ve cómo trasciende a lo político y a anima revisar el concepto de historia.

-Los teatros, los cines, las salas y los museos han cerrado. ¿Deberían considerarse esenciales?

-Sin duda, aunque también entiendo la emergencia sanitaria. Tal vez buscando una fórmula para que asistir a estos eventos fuera seguro y rentable para el propio evento cultural. Son muy necesarios. Entiendo que un libro lo lees en casa y tienes ese espacio. Habría que buscar una manera de trazar entornos seguros. Hoy día con la pandemia lo que nos ayuda a mantenernos a flote es la cultura. Necesitamos la cultura más que nunca en todas sus proyecciones.

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