Reseñas

‘Revista Crátera’: Reseña de ‘Anacronía’ (por José Antonio Olmedo)

El número 8 (Primavera 2021) de Crátera: Revista de poesía y crítica contemporánea, un volumen monográfico dedicado a Juan Gil-Albert, recoge una magnífica reseña de Anacronía por José Antonio Olmedo López-Amor, titulada: ‘Tañer, ayer, caer’ (pp. 114-116).

‘Tañer, ayer, caer’

José Antonio Olmedo López-Amor

(Reseña de Anacronía de Gerardo Rodríguez Salas.

Revista Crátera, nº 8, Primavera 2021. pp. 114-16)

¿Cuántas veces nos hemos despertado en mitad de un sueño porque teníamos la sensación de caer al vacío? Si podemos decir que Anacronía, el nuevo libro de Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976), puede interpretarse como un viaje al centro de la herida, ese viaje es lo más parecido a esa sensación de ingravidez y de amenaza que nos subyuga mientras sentimos caer al abismo onírico. Esa terrible sensación ha sido plasmada a la perfección por James Wedge y su obra pictórica, Falling man, la cual esplende en la cubierta del libro y anticipa todo el temor y el vértigo de esa figura caída. Qué tememos al caer—verbo de suma importancia en el poemario—de manera inexorable, sino a la muerte, ella e esconde como corolario del vuelo tras ese viaje conmovedor y dramático en el que no aprendemos de ella, sino de la propia vida.

Los poemas de Rodríguez Salas nos van desvelando poco a poco el porqué de ese figurado hundimiento del que hablábamos al principio, revelan la naturaleza del abismo, que es el tiempo, y descubrimos que el motivo que lo mueve a recorrer ese túnel temporal es la nostalgia, el amor por los seres queridos, la culpa, la necesidad de despedirse. Este libro nace a raíz de la pérdida del hermano en un accidente de motocicleta, no en vano, el poemario está por entero a él dedicado: ‘A mi hermano Javi/ que nunca cayó del todo’. ‘Cayó’. Dos paratextos de Lewis Carroll y Álvaro Salvador también hacen hincapié en esa noción de descenso: ‘Down, down, down’; ‘La vida – según dicen-/ a veces se parece a un vuelo con demora’. Ese tránsito aéreo (ejercicio memorístico) en el que Rodríguez Salas inscribe su discurso está escindido en tres fases temporales: ‘Ayer’ (pasado), ‘Ausencia’ (presente) y ‘Porvenir’ (futuro), y a su vez, los bloques segundo y tercero componen una cartografía neozelandesa y granadina como correlato espacial y cultural de su evocación, por tanto, la anacronía está servida. El presente, eje temporal entre lo ya ocurrido y lo no acontecido, no es más que ausencia, un vacío fractal que cae en otro vacío y forma la metáfora un particular y recurrente infierno. El dolor provocado por la ausencia del hermano inunda todos los estadios temporales, y esa excarcelación del daño convierte a los poemas en cantos elegíacos que parecen susurrados con dulce agonía.

Los poemas ‘Odisea’, ‘Palabras de papel’ y ‘Lobo’ componen un tríptico propedéutico como antesala a esa otra triple macropartición del poemario. En estos poemas, ya encontramos las claves formales y argumentales que estructurarán la obra. En cuanto al estilema del autor, los textos anticipan que comienzan y terminan en la misma página, son estróficos, poseen epígrafes y, algunos, paratextos. Todos ellos carecen de rima, pero están construidos siguiendo la alternancia de versos imparisílabos que Rubén Darío propuso con la silva modernista. Esta elaboración anisosilábica y homeopolar propone un axis de predominio yámbico, armónico y cuidado, que también practican algunos popes de la generación del medio siglo, generación del lenguaje y la otra sentimentalidad. Por otra parte, los poemas son transparentes en este pórtico y develan sin ambages el flamígero y desasosegante trasfondo emocional: ‘Busco palabras,/ nombras este dolor/ que se despeña…’; ‘El viaje puede ser una fuga al pasado,/ un ascenso sin alas al punto de partida’.

Sandías rodantes, momentos bocarriba sobre un manto de musgo mientras se observan las estrellas son recuerdos alegres de una infancia compartida con el hermano que construyen un vaporoso e idílico escenario que pronto es diluido por la desgarradora composición de campo del momento traumático: No conseguí decir que estabas muerto’; ‘Te anunciaron sirenas/ prendiendo la calzada,/ que olía a sangre y gasolina’. La terrible escena de la muerte del hermano irrumpe en el discurso, los elementos físicos de aquella carretera: la gasolina, el casco, el quitamiedos, se filtran en cualquier paisaje, en cualquier descripción y en cualquier latitud del poemario.

La fantasmagoría empapa a cuanto puede ser celebratorio. Como si de un sueño se tratase, el tiempo del poema es invadido por actores anacrónicos, la mente quiere divagar, acudir al recuerdo hermoso, soñar un futuro diferente, justificar lo inefable, pero la realidad acude a intoxicar la partitura con silencios, desacordes y tachones: ‘… de madrugada, él estaba allí/ urdiendo insomnes hilos, palpitando/ al son metálico de aquella rueda,/ lentamente enredado en su bobina,/ en el ensueño gris que nos deshizo’.

Los poemas de Rodríguez Salas envuelven y golpean, se convierten en ágiles púgiles, su magma proviene de erupciones incontenibles, en ellos, es posible cualquier cosa, el espacio y el tiempo del poema se transforman en lo que cada emoción les ordene: ‘Cuelga el árbol vetusto/ en el acantilado,/ funámbulo sin lógica ni flores,/ y saltan muertos a la fosa/ desde sus ramas/ mientras él me pregunta/ con los ojos podridos:/ ‘¿saltaste tú?’.

Cualquier interpretación técnica del libro se rinde a su emotividad, su verdad y su herida proponen una experiencia inmersiva, un perturbador viaje a través de un escenario traumático. Pero no todo es dolor o desasosiego en esta forzosa e involuntaria a la vez confluencia temporal, la belleza se filtra a través de las palabras, pues hay detrás de ellas un poeta que canta su experiencia y la convierte en el espejo del mundo, como en el poema titulado ‘Nunca’, una soberbia coda para un estremecedor réquiem: ‘El recuerdo es la sombra/ torpemente zurcida a los talones/ y el olvido la piedra/ que no termina nunca de caer’.

Este libro, que fue nominado a los Premios de la Crítica Literaria Andaluza, merece un estudio más amplio que el que puede llevarse a cabo en el espacio de una reseña, revela a un poeta de voz curtida, a un escritor de oficio, capaz de ahormar con habilidad su emoción a la arquitectura de los versos ocultando todo vestigio de impostura. En pocas palabras: la poesía de Gerardo Rodríguez Salas es verdad.

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