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EXTRAMUROS (26/9/21)

El 26 de septiembre de 2021, José Luis Morante hizo una selección de 10 poemas míos (con dos inéditos: ‘Lady Bowen Falls’ y ‘La Comarca’) para la sección ‘Poeisis’ del número 34 (septiembre 2021) de la revista uruguaya con sede en Montevideo, Extramuros. La sección se titula: ‘Poesía, dolor y reparación’.

Gerardo Rodríguez Salas: Poesía, dolor y reparación

POIESIS/29


Por José Luis Morante

Autor de una extensa obra ensayística expandida por publicaciones académicas, practicante del relato corto y escritor de teatro, Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) es profesor titular de Literatura Inglesa en la Universidad de Granada. Tras anticipar algunos poemas en revistas y volúmenes colectivos, confirma amanecida lírica con Anacronía que, junto a los poemas integrados, añade en “Cartografía” una estela de aportes, relacionada con el sustrato cultural neozelandés, y una copiosa lluvia de agradecimientos personales.


Este despertar literario recurre al formato breve para dar voz a una incisión reflexiva. La senda evocadora deja en sus trazos una crónica sentimental ajustada al discurrir de la memoria, hecha de ese misterio inadvertido de la experiencia vital que aporta lo diario. Las palabras se esfuerzan en reconstruir los pasos de la ausencia. Preservan un silencio del que afloran interrogaciones, como si el manso fluir de la cronología se justificase a sí mismo como simple tránsito: “El viaje puede ser una fuga al pasado, / un ascenso sin alas al punto de partida”.

Desde el primer apartado, “Ayer”, la perspectiva de rescate mantiene abierta la fuerza fragmentaria del recuerdo. Nace desde la pérdida una conciencia de finitud que empaña el epitelio de las cosas: “Chirrían las cigarras y los grillos / y acallan los rumores del arroyo / que mece nuestra infancia / en un lecho de musgo / tras la puerta entornada del recuerdo”.

El poema también explora la sombra que convierte la inocencia en noche. La muerte vela y se hace tangible ante los sentidos; es desolación y herida. El pulso narrativo del poema “Sirenas” recupera la dureza maltrecha de lo contingente, donde cada elemento testifica el suceso. El dolor de la pérdida germina con fuerza. Y esa sensación de frío e intemperie dibuja en la caligrafía de las composiciones un epitelio sentimental, crea un sustrato básico, previsible, cercano a la elegía.

Ya se ha comentado el marco escénico que impulsa los poemas de “Ausencia”. La geografía de Nueva Zelanda (Aotearoa) expande la mirada del solitario y siembra en su retina instantáneas nuevas. Persiste el dolor opaco pero en la percepción se abren sitio los acordes culturales que dan impulso a itinerarios cognitivos del pensamiento, menos ceñidos al discurrir biográfico. La voz poética recurre al monólogo dramático para encontrar en el patrimonio cultural un impulso de aceptación y cercanía.

La pulsión de las palabras del apartado “Porvenir” ubica las pautas situacionales del poema en Granada, ese mapa vivencial que enlaza existencia y poesía. En el retorno, la ciudad oferta perspectivas plurales, muestra la eficacia entrelazada de un callejero que suma arquitectura y cauce emocional para construir un paisaje íntimo, donde el espectador encuentra una fértil riqueza sensorial y un despliegue de la memoria, enriquecido con detalles biográficos que marcan la ilación del contexto. En ese estar en el ahora caben distintas actitudes: la celebración de los rincones mágicos de la ciudad, legados por el patrimonio temporal, los recuerdos que se van sucediendo con la sencilla claridad del agua y la palabra verbal que es celebración y canto en el regreso: quien vuelve, cobija la certeza de que nunca abandonó aquella casa alzada, hecha fe de vida y constancia.

Los poemas de Anacronía evocan distintas secuencias del pretérito porque en él se muestra, esencial y prístino, el conflicto latente entre olvido y rememoración: “El recuerdo es la sombra / torpemente zurcida a los talones/ y el olvido la piedra / que no termina nunca de caer”. La mano se desliza en el poema para reconstruir, con trazos sueltos que trascienden lo anecdótico, esas hojas y brotes que borran la caída, en las ramas del árbol despojado. Que sean la tangible dimensión de la fronda en la que cristalizan memoria y tiempo.

Almirez

hay un niño que pierden

todos los poetas

Federico García Lorca

Machaco con los ojos las semillas

que huelen a tabaco y remolacha,

aquel olor metálico y dorado

que estalla en golpes secos.

Se enredan en zarzales mis recuerdos,

susurran los chopos lejanos

y alargada dibujan

una sombra: mi infancia.

Sangra una letra tallada,

áurea cicatriz en carne viva,

supuran los anhelos,

inundada de sueños esa casa

que nunca fue del todo nuestra.

Hoy te busco, Matilde,

en tus enseres sacros,

en tus pechos baldíos,

en la niebla de los años

y habito en tu matriz

como una sanguijuela.

Machaco con los ojos las semillas

que huelen a hinojo y perejil.

A lomos de un caballo de madera,

trotan risueños en la noche

dos jinetes en miniatura.

Apenas al alba un destello,

Luisito se agarra a mi cinto,

pues otro jinete a lo lejos

viene raudo hacia nosotros.

Giro y pierdo las riendas,

la luna dibuja tu rostro;

tocando un tamborcillo,

miro al azar de frente

y lanzo un pajarito verde

que vaga eternamente por el limbo.

Caballito negro.

¿dónde llevas tu jinete muerto?

Machaco con los ojos las semillas

que huelen a sudor y ensueño.

(De Caballo del alba: Voces de Granada para Federico, 2018)

Virginia

Todos los relojes de la casa

a punto de dar la hora.

Michael Cunningham

Las horas

Oigo violines

si hundo los zapatos en el fango

y me adentro en el agua

con piedras en mi abrigo.

Siento la tinta

de mis dedos manchados

que tiemblan tras la carta

con renglones de humo.

Huelo tu aroma

impregnado en mi anillo,

ya casi un olor verde

bajo las algas.

Bebo tus besos

si trago el agua turbia,

si olvido aquel papel

sobre mi boca.

Veo tus años,

las olas en mis ojos,

las horas que vivimos

y siempre viviremos entre actos.

No entiende el río treguas ni caricias.

Al son de los violines

rodeo con mis brazos a la muerte

y bailamos.

(De Versos para bailar o no, 2019)

Enredados

Had we but world enough and time,
This coyness, lady, were no crime.

(Andrew Marvell, ‘To his coy mistress’)

En Twitter no me sobran caracteres,

en Facebook entre muros somos reos,

en Instagram, stories y escarceos,

tus emails me parecen misereres.

No somos ya millennials, cómo eres,

Snapchat y TikTok son tus cameos,

no siento por Skype nuestros deseos,

Tinder quizá nos traiga otros placeres. 

¿Por qué levantas pérfidas murallas

y almacenas en Dropbox mi cariño

plegándome en carpetas con tus miedos?

Hartos de postureo y de pantallas

―no te enfades conmigo, no te riño―

del Whatsapp son los callos de mis dedos.

(De Versos al amor de la lumbre, 2019)

Palabras de papel

Busco palabras,

nombrar este dolor

que se despeña

por un catálogo de voces mudas,

sentimientos de aceite que flotan en el agua

podrida que me anega.

Busco palabras,

nombrar la mariposa

que vuela lejos, lejos de estas páginas

reales y eruditas,

frías como el papel

que me hace cortes en los dedos.

Busco palabras que te invoquen,

palabras que

huelan a ti,

suenen a ti,

sepan a ti,

pero las letras se hacen humo

y el fuego quema tanto

que no sé si la bruja que crepita

tendrá tu rostro

o el mío.

(De Anacronía, 2020)

Hongi

Aquella noche no llovía

sólo en la calle.

Compartimos la cama como extraños

―la misma lluvia,

la misma pena―

pues ni el sol de tu pecho

prendió el cuarto anegado

mientras tus palmas

achicaban el agua de la alcoba

lamiéndome la piel.

Aquella noche no llovía

sólo en la calle.

Dejaste en el olvido

la hombría de tu tribu para entrar

en mis pupilas, para abrir

las puertas de tu mundo.

Rozamos la nariz y respiramos

―la misma brisa

al mismo tiempo. 

Aquella noche no llovía

sólo en la calle.

En mi pueblo llovía, y en el tuyo

―la misma lluvia―

y el arca que forjamos

en la penumbra

surcó las olas.

(De Anacronía, 2020)

Nunca

El olvido es el pájaro que vuela

bajo el suelo

sumido en las raíces infinitas

del árbol deshojado.

El olvido es la anciana con los ojos vacíos,

las arañas que tejen nuevos párpados

cerrados, nuevos duendes

que urden bruma

en las ramas del mito.

El olvido es el diente que desgarra la noche

que sangra moribunda,

que llora gotas negras

que no se ven pero que gritan

sin voz y que arden húmedas

dentro, muy dentro…

¿Quién es la antípoda de quién

si tú saltaste al mar desde aquel árbol

saliéndote del mapa sin dejar

siquiera anchura a este vacío?

El recuerdo es la sombra

torpemente zurcida a los talones

y el olvido la piedra

que no termina nunca de caer.

(De Anacronía, 2020)

¿dónde muere la luz? ¿quién sabe dónde

se apaga el sueño? ¿dónde está el fusible

de la vida los dos ojos cerrados

que miran fijamente con pestañas

adustas dos peinetas que olvidaron

el baile y los zapatos y perdieron

el color anhelando disiparse

entre las sombras? ¿dónde está el jarrón

de alabastro que alberga en su interior

la esencia destilada del vacío?

¿quién pedalea en el triciclo? ¿quién

huye de sillas sin dueño sin alma

dos sillas que ocupan la habitación?

dos sillas ¿cuántas sillas me persiguen?

son tantas ya las sillas tan desiertas

tan llenas de sí mismas tan lejanas

se dan la mano a veces y me miran

con sus ojos de infancia tan vacíos

quieren jugar conmigo para siempre

(De En-contrados, 2021)

L’Amoureux

Siempre se vuelve solo del amor.


Rafael Guillén

Alza el vuelo el avión y deja atrás

la alcoba de un hotel desconocido.

Por un instante el tiempo nos enreda

en promesas abúlicas

que cazamos desesperadamente

en la estancia fingida

mientras cae de bruces la sonrisa

de cera, enmarañada en sábanas

ofidias que recorren nuestra piel

y ardemos en la lumbre

de lo que somos, lo que fuimos,

lo que jamás seremos.

Hoy el pasaje de regreso

divisa nubes negras que apagan el ardor

del dormitorio donde fuimos

invictos a escondidas.

Quizás las turbulencias estamparon

la nave en el hotel, o quizás ya se hizo

añicos en la casa, en aquel lecho

mullido, en la voluntariosa rueca

de un amor deshilado.

(De Para decir amor, sencillamente: Homenaje a Rafael Guillén, 2021)

La Comarca

Nos la robaron

– ya no hay hogar ni asilo – 

hicieron del jardín

un parque en miniatura

para turistas

con casitas vacantes

que olvidaron su historia.

Lejos, muy lejos,

aún rueda el anillo.

(Inédito)

Lady Bowen Falls

Saltan gloriosas las cascadas,

radiantes bailarinas

de tules espumosos,

eternos grands jetés

en las alturas.

Saltan gloriosas las cascadas

con sus velos nupciales,

damas absortas

sentadas en la peña,

cansadas de alegrar nuestras rutinas

con sus hastiadas coreografías.

 (Inédito)Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976), Finalista del XXVII Premio Andalucía de la Crítica, es profesor titular de Literatura Inglesa en la Universidad de Granada, máster en Estudios de Género por la Universidad de Oxford y Premio Extraordinario de Doctorado. Ha publicado la colección de relatos Hijas de un sueño (Esdrújula, 2017; prólogo de Ángeles Mora), el poemario Anacronía (Valparaíso, 2020; contracubierta de Teresa Gómez) y la obra teatral Vulanicos (Patronato Federico García Lorca y Diputación Provincial de Granada, 2021). Sus poemas han aparecido en revistas como Meanjin (Victoria, Australia), Círculo de Poesía, Altazor (Fundación Vicente Huidobro), Estación poesía o Salmacis. Asimismo, aparece en antologías como Granada no se calla (Esdrújula, 2018), Caballo del alba: Voces de Granada para Federico (Patronato Federico García Lorca, 2018), Otros cuentos de amor, de locura y de muerte (Mucho cuento, 2019), Versos para bailar o no (Almuzara, 2019), Lumbre (2019; volumen monográfico sobre poesía granadina del que es coeditor), Poemas del confinamiento (Entorno gráfico, 2020), Katherine Mansfield Studies (Edinburgh University Press, 2020), En-contra-dos (Sonámbulos, 2021), Para decir amor, sencillamente: Homenaje a Rafael Guillén (Diputación de Granada, 2021).

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