
Entrevista realizada por José Antonio Muñoz en el periódico Ideal (Granada) sobre Vulanicos y la presentación junto a Alberto Conejero del 10 de diciembre de 2021.

«En ‘Vulanicos’ recupero el habla rural con sus cadencias»
Gerardo Rodríguez Salas se revela como dramaturgo en el número 0 de la colección de teatro lorquiano contemporáneo que edita la Diputación
JOSÉ ANTONIO MUÑOZ Granada Viernes, 10 diciembre 2021, 07:51
La propia cita con la que se abre la colección Teatro bajo la arena, que inaugura Vulanicos, es toda una declaración de intenciones sobre el tipo de teatro que albergará, ¿o no?
Sin duda. La nueva colección que inaugura este año el Patronato Cultural Federico García Lorca de la Diputación Provincial de Granada alude a la propuesta escénica del poeta y dramaturgo granadino para referirse al teatro contemporáneo del porvenir. Ésa es la línea que persigue esta colección: propuestas teatrales con múltiples lecturas que se sitúen en los márgenes de lo decible.
¿Qué tienen ‘Hijas de un sueño’ y ‘Aceite y jabón’, los relatos en que se basa Vulanicos, para merecer esta resurrección dramatúrgica?
Son relatos en los que el corazón de sus protagonistas late con la sangre de los personajes de Pirandello. Cada vez que alguien dejaba Hijas de un sueño sobre la mesita de noche y apagaba la luz, esas mujeres de papel agitaban las letras y las páginas del libro anhelando pisar un escenario, hacerse de carne y hueso. La gente me lo decía y acabé entendiendo que la palabra de esos personajes tenía voluntad de cuerpo. Ha sido un proceso arduo pero apasionante de tres años para traducir esa pulsión teatral en un texto encarnado.
¿Qué tiene lo provinciano para ser tan aburrido en el fondo y tan lucido cuando se le da forma?
En una reciente entrevista, Alberto Conejero, que me regala un flamante prólogo para Vulanicos, citaba a Juan Mayorga: «el teatro debe escuchar al mundo, pero no devolverle su ruido, sino su poesía». Lo provinciano tiene algo de telúrico que, sobre todo cuando se pierde la cotidianeidad que dábamos por sentada, nos provoca un terrible sentimiento de orfandad. En Vulanicos no hay grandes giros de guión—eso se lo dejamos al cine. En esta dramaturgia de la hora final sabemos desde el primer momento que la madre anciana va a morir. Esa cuenta atrás se convierte en una bomba en manos de las tres hijas que la cuidan, situación extrema que provoca momentos agridulces de gran intensidad.
Hoy, cuando muchas personas reivindican la soltería como el estado ideal, ¿qué puede contarnos de la vida una solterona?
Tradicionalmente, y sobre todo en contextos rurales, la solterona, con toda la carga peyorativa de la palabra, estaba indiscutiblemente ligada a una percepción de fracaso personal. En Vulanicos, la soltería de las protagonistas abre la puerta a distintas formas de entender la vida. Aunque cabría esperar que Reme está soltera por la presión de ejercer su labor de cuidadora, percibimos en ella una elección consciente y satisfactoria. Del mismo modo, Sor Vicenta escoge ser monja como una opción que le permite estudiar y acceder a determinadas esferas masculinas que de otro modo le estarían vetadas. Por supuesto que la soltería tiene sus luces y sus sombras en la obra, pero como cualquier otra elección vital.
Federico es una sombra en Vulanicos, pero una sombra que se proyecta en toda la obra. ¿Qué elementos le ayudaron a decidir el perfil que tendría el poeta en la obra?
En su prólogo, Conejero describe mi obra como «una crónica granadina de nuestro siglo, imantada del imaginario lorquiano». Esta imantación es la clave. Lorca, al igual que otros ecos, son mi pista de despegue, como diría Miguel del Arco, pero mi pista de aterrizaje es un universo propio ligado al entorno rural del que procedo. Esa imantación lorquiana puede percibirse en los personajes y las situaciones, la «cohabitación telúrica» de la que habla Conejero, pero más allá de alguna referencia ocasional a la mirada de Bernarda, un poema de Federico o un hombre de traje blanco que fue fusilado, las mujeres de esta obra nacen de mi propia experiencia vital que he traducido al presente absoluto del teatro. Las puntuales alusiones lorquianas eran mi guiño a Lorca, mi forma de marcar su sombra en este proyecto.
El cuchicheo, la descripción de personajes a través de trazos urgentes, está muy presente en toda la obra. ¡Qué fácilmente seguimos categorizando con un dardo!
Tanto en Hijas de un sueño como en Vulanicos hay un gran esfuerzo de verosimilitud desde la estilización. Quería reflejar la urgencia de las conversaciones cotidianas, el cuchicheo típico de los pueblos que también forma parte de la identidad de los personajes, el efecto categórico del lenguaje y su uso para hacer trajes de los demás. Es parte de la frescura de este uso vivo de las hablas rurales que busca la obra.
¿Qué aporta la escritura fonética a una obra como esta? ¿Por qué eligió esta forma de expresión?
Es mi gran apuesta. Volviendo a Mayorga, el teatro ha de devolver al mundo su poesía, no su ruido. En mi caso, mi reto es hacer poesía de la ruralidad y la memoria oral. Trato de recuperar las hablas rurales con sus cadencias, léxico, sintaxis, rasgos fonético-fonológicos, pero las hablas de la generación de mi abuela y de mi madre, esas hablas que empiezan a ser una reliquia porque las nuevas generaciones ya no las usan. Ése es el lenguaje excepcional que ofrezco en esta obra.
Obviamente, cualquier obra dramática, incluso las más difíciles del repertorio lorquiano, nace para ser representada. ¿Dónde le gustaría ver volar estos Vulanicos?
Sin duda, esta obra nace con voluntad de representación. Me gustaría ver volar alto estos vulanicos. ¿Dónde? Espero que pronto surja el proyecto adecuado.
