El filo del alfabeto

‘La página de los libros’ (Ideal). IOANA GRUIA (18/12/21)

EL CUERPO EN LLAMAS

LA LUZ QUE ENCIENDE EL CUERPO

Ioana Gruia. Madrid, Visor, 2021

En su último libro (Premio de Poesía Hermanos Argensola 2021), Ioana Gruia nos adentra en la rotundidad del cuerpo con el arresto de quien viste su piel como única coraza. La brújula de estos versos es un magistral claroscuro, una entrega sin reservas al acto de amar como mujer, como madre, como amiga. El cuerpo arde en llamas—imagen recurrente—y la luz esculpe en las sombras el contorno de una soledad compartida, la de la voz poética, la nuestra.

            Gruia explora el cuerpo desde el arte y la literatura, con la luz del mítico faro de Virginia Woolf, «donde navegan juntas la razón y la piel». Las écfrasis de cuadros de Hopper conjuran a sus mujeres más reflexivas y, como ellas, la voz poética se torna en ficción, pero anhela un abrazo de carne y hueso «fuera del cuadro».

            Jean-Luc Nancy y Maurice Blanchot entienden los cuerpos como singularidades que se aceptan mutuamente en la alteridad. Esta mujer, «abierta al cuerpo nuevo, luminoso», demanda una «Invención a dos voces», una voz que se invente el recuerdo que pueda rescatarla. Como augura Blanchot, la comunicación no surge necesariamente del lenguaje, sino de una corporeidad casi animal—como nos recuerda Luis García Montero en su contracubierta. Así, el otro cuerpo saca a esta mujer «del dolor con sus aullidos,/con su luz que [la] mira y [la] recorre».

            Pero el erotismo no es la única pulsión amorosa en este viaje interior, al igual que la luz no es siempre reparadora. La infancia—territorio recurrente en la escritura de Gruia—rehúye en sus versos el misticismo pero, desde la poesía, se convierte en salvavidas. Con ecos proustianos y un guiño a Caballero Bonald, esta mujer se refugia en el cuarto de infancia para no claudicar. La niña que lleva dentro, y que luego da paso a su propia hija, regresa dando gritos para llevarla de la mano «lejos de esta luz», «buscando alguna puerta de salida».

            Esta salida al mundo de las sombras—o de luces estancadas—no es una habitación propia, sino otro hogar, «ese lugar, tan lejos de mi casa», donde habitan la niña y la anciana que sueñan abrazadas a un amor de adolescencia en bancos de piedra abiertos a un mar de olivos, una casa-poema de piel con «cuartos llenos de luz que no rehúyen/la verdad de las sombras». Pero, además, como Alice Walker, Gruia busca un jardín sin animales hechos de tiempo y sombras que salten al cuello de improviso. Walker buscaba el de su madre, el de todas las madres. Gruia, también como madre, visita su propio jardín fantasma de la infancia, pero además mira al futuro, al jardín que se hará realidad en su hija. Allí, juntas, contemplarán las formas de las nubes y comerán manzanas.

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