
¿BAILAMOS? QUIÉN TEME A MISS U.
Cuando la activista afroamericana Tarana Burke fundó el movimiento Me Too en 2006 y empezó a utilizar estas palabras para concienciar a la sociedad de la práctica extendida de abusos y agresiones sexuales contra las mujeres poco podía imaginar que en 2017 este hashtag se haría viral en redes cuando estalló el escándalo del productor de cine estadounidense Harvey Weinstein. Más de ochenta mujeres de la industria cinematográfica lo acusaron de acoso, agresión sexual o violación y este movimiento contribuyó a hacer visible esta lacra, no sólo tras la purpurina del glamuroso mundo de Hollywood, sino en toda la sociedad.
Mientras que once años antes ya andaba Burke promoviendo este movimiento de concienciación desde las redes, cuatro décadas antes, en el ámbito español encontramos, sorprendentemente, alguna voz aislada de denuncia similar dentro del cine de la Transición, el famoso Destape, con películas de clasificación S, donde las actrices cobraron protagonismo con su sexualización, en un entorno abiertamente patriarcal y machista, ligado también al auge de concursos de belleza de mujeres. Estos espacios se convirtieron en caldo de cultivo para depredadores sexuales que contaban con una herramienta incuestionable: el poder. En aquellos tiempos de frágil transición, la moderna imagen activa y sexualizada de mujeres seductoras abría un nuevo espacio para ellas de supuesto control sin el estigma del pecado o del castigo, pero hacía patente la cosificación atroz de todas ellas y ocultaba el acoso continuo tras las cámaras, tras el silencio y las sonrisas vacías. En este entorno, no resulta disparatado afirmar que Amparo Muñoz, la primera Miss Universo española (1974) y actriz del Destape, pudo ser una precoz voz disidente que, en tiempos del Me Too, habría tenido un final más feliz, o al menos se habría visto arropada por un coro de voces amigas, por un entramado universal que le habría hecho sentirse menos sola.
El último baile de Miss U. es la nueva pieza teatral de Ángel Caballero, tras su flamante debut como dramaturgo con Donde mueren las palabras. En una obra que mezcla alusiones contemporáneas y cotidianas (Siri, el brunch de Irene o programas de televisión de la parrilla actual) con escenas de un delicadísimo lirismo, Caballero nos adentra en los últimos años de la vida de Amparo Muñoz, aquí ficcionalizada como Anastasia Moreno. Y ésa es la magia de la ficción, del teatro, que en estas páginas se hace metateatro. Caballero, a quien Amparo Muñoz llamaba ‘mi niño’, transforma los detalles de su vida en una pieza que transciende a la modelo y actriz para reflejar la vulnerabilidad, no sólo de cualquier mujer, sino de cualquier persona tras la máscara de la fama. De hecho, uno de los mayores logros de estas páginas es presentarnos a dos personajes que se crecen conforme avanza la trama, pero lo hacen mostrando sus miedos y vulnerabilidades, haciéndose humanos tras el mito: Anastasia, la actriz venida a menos en el ocaso de su vida, y Ramón, un joven periodista enviado por la editorial como último intento de convencer a la actriz de escribir sus memorias, que acaban dando paso a una obra de teatro:
Anastasia: Yo estoy deseando que alguien me escriba una obra. Un papel que me haga justicia, a la actriz que sé que puedo llegar a ser. Que me haga recordar lo que era ser actriz.
De este modo, la obra de teatro que escribe Caballero podría ser la que escribe el personaje de Ramón. La metaficción está servida. Y permite regalarle a Amparo la vida que no tuvo. Ésa es la magia de la ficción: soñar vidas paralelas, finales alternativos, palabras que no se dijeron (o tal vez sí), bailes que no fueron pero deberían haber sido. A este juego Caballero añade la intertextualidad, en este caso la alusión directa a la clásica película de Billy Wilder, Sunset Boulevard (1950), donde una antigua estrella de cine mudo, Norma Desmond (interpretada por una impresionante Gloria Swanson), no consigue asimilar que atrás quedaron sus días de gloria y espera ansiosamente su triunfante regreso al cine con la ayuda de un guionista, Joe Gillis, que acaba siendo su amante. En el imaginario de Caballero es posible aunar clásicos del cine, memoria y ficción para reparar una historia de abuso y dolor y regalar a su protagonista un final de fiesta por todo lo alto.
Caballero nos muestra a Anastasia/Amparo sin misticismos, atrapada en la dualidad de su tiempo, pero con un innegable espíritu de denuncia que no fue entendido en aquella época de machismo generalizado.
Anastasia: A las mujeres de mi época se nos educaba para saber limpiar, cocinar y atender a nuestros maridos. Yo estaba destinada a esa vida…
Ramón: Pero la vida… o el destino… tenían otros planes.
Meses después de ser nombrada Miss Universo, renunció al título y a sus privilegios cuando descubrió el sórdido lado oscuro de los certámenes de belleza. Tampoco fue fácil su andadura en el cine debido al acoso sexual en el ámbito laboral. Caballero lo muestra magistralmente cuando Anastasia confiesa:
Anastasia: En aquel momento tenía la necesidad de demostrar a los demás, y supongo que a mí misma, que yo era algo más que una cara bonita. Me sentía como una mercancía, como algo que todos querían poseer… Era como un animal, encerrada en mi propia jaula, que era la belleza. (…) O te niegas a chupársela a dos de los productores más importantes de este país y te hacen la vida imposible soltando todas esas mentiras sobre ti. Mellando tu credibilidad como profesional, hasta que los rumores sobre tu mal comportamiento son tan grandes que nadie se atreve a contratarte.
Es aquí donde está la clave del aislamiento de mujeres como Anastasia, que no tuvieron la suerte de contar con el apoyo de movimientos como Me Too.
Por otro lado, Caballero nos muestra magistralmente otro de los grandes escollos para las mujeres, sobre todo en el mundo del espectáculo, claramente ligado a la cosificación de sus cuerpos: la discriminación por edad o edadismo (ageism es el término en inglés). Ya lo puso de manifiesto Madonna en el controvertido discurso que pronunció cuando recibió en diciembre de 2016 el premio Woman of the Year at Billboard’s Women in Music. Denunció que, a pesar de haber demostrado su resiliencia como mujer durante casi 40 años en el difícil mundo de la música pop (donde la imagen sexualizada y joven va tradicionalmente unida a la música de las cantantes) hoy en día no ponen su música en las cadenas de radio o no la nominan a prestigiosos premios debido a su edad. De hecho, actualmente hay un movimiento similar al del Me Too que denuncia esta discriminación por edad en las mujeres y reivindican el derecho a envejecer sin prejuicios (actrices como Julianne Moore o Jennifer Aniston). La obra de Caballero parece unirse a esta reivindicación cuando, utilizando la música italiana de los 50 como metáfora, concretamente un tema de Jimmy Fontana, reivindica la belleza de la edad:
Anastasia: Sí, (en realidad habla de ella) es una canción muy vieja.
Ramón: No estoy de acuerdo. Creo que hay cosas por las que el tiempo no pasa y permanecen tan bellas como años atrás…
En su discurso, Madonna también afirmó que mientras que las mujeres sexualizadas son directamente tachadas de putas, los hombres como Prince podían hacerlo sin cuestionamiento. Reivindica, por tanto, la corporeidad de las mujeres como campo de lucha feminista, frente a los ataques de prestigiosas figuras como Camille Paglia que la acusan de cosificación del cuerpo femenino, y concluye que, en ese caso, ella es una ‘mala feminista’.
Independientemente de esta controversia, Caballero aúna el Me Too y la discriminación por edad de las mujeres en la representación ficcional de Amparo Muñoz y demuestra la actualidad de este personaje y el legado que supone para entender de dónde vienen y hacia dónde caminan las voces actuales. Añade además otro personaje, Irene, la editora, que nos sirve como ejemplo de que ser mujer no implica ser feminista, un personaje que contribuye a hacer visible el asunto del techo de cristal para las mujeres en un mundo laboral de hombres. Asimismo, otra vuelta de tuerca de la trama desde esta perspectiva de género es abrir el debate en torno a la sexualización y cosificación también del hombre.
En esta obra, Caballero nos invita a soñar, a reparar a través del teatro un muñeco roto que pagó con su vida, tal y como se sugiere en uno de los intercambios verbales de los personajes. Nos muestra sin tapujos la trastienda del mundo artístico, no sólo del teatro o el cine, sino también del mundo editorial y, lejos del glamour, nos enseña el polvo bajo la alfombra. Al ritmo de la música italiana de antaño, cerramos los ojos y bailamos con Miss U. ¿Quién es Miss U.? Nos preguntamos. ¿Acaso importa? Miss U es una miss cualquiera. Podría ser cualquier mujer que haya pasado por una experiencia similar. TÚ (como el juego de palabras en inglés). Alguien que abandonó el título más alto de belleza para vivir una vida de verdad. Tal vez Amparo no lo consiguió (o tal vez sí, de alguna forma). Pero Anastasia deja atrás una historia de acoso y violencia machista para bailar al ritmo de una masculinidad alejada de los modelos tóxicos patriarcales y nos regala una historia que no pasó a los libros. Somos los cómplices silenciosos de un último baile, justo y merecido. Pura justicia poética.
Gerardo Rodríguez Salas