
Nuevas lámparas para esta casa
CATATÓNICO AMOR
Rosa Morillas. Granada, Esdrújula, 2022
Rosa Morillas nos ofrece un reconocible universo propio anclado en lo cotidiano. Su original forma de experimentar con las palabras hace que lo doméstico nos resulte a la vez familiar y sorprendente. Catatónico amor es su reciente poemario, una selección de poemas de dos volúmenes anteriores—De lo cotidiano (2006, V Premio Cuadernos del Laurel, Ayuntamiento de la Zubia) y Desamor y distancia (2009)—, los doce poemas inéditos de la sección «Para volver» y una última sección, «Abeceamario», un A-Z del imaginario de la autora sobre el amor y sus efectos.
Con una apariencia sencilla, la poesía de Morillas nos acerca a las grandes cuestiones y preocupaciones humanas—el tiempo, la muerte, el (des)amor—con imágenes palpables y originales: «me pregunto dónde quedan esos años/dónde van si es que se van/si se agolpan en la grasa del abdomen». Asimismo, con frecuencia roza la sordidez para evitar manidos romanticismos, como en el «poema al [des]uso», y emplea una mordaz ironía que nos salva de la desolación y esconde tras el humor la nostalgia o la reflexión existencial.
Como anuncia una de las citas iniciales de Mark Strand, en los versos de Morillas la tinta se desborda por la comisura de los labios fundida en un torrente silencioso de emociones, muchas veces contenidas por la ironía. Su lenguaje rehúye el barroquismo y la puntuación y, con frecuencia, hace uso de frases hechas o muletillas que otorgan a sus versos una efectiva cotidianeidad que nos interpela.
La soledad permea este poemario con ocurrentes imágenes—«sólo me reciben/ocho cucarachas/agonizando en la escalera/y las plantas del patio/achicharradas por el sol»—y, aunque predomina en el poemario una asfixiante sensación de fatum, la voz poética siempre logra encontrar una forma de adaptarse con asertividad y resiliencia: «sólo tuya la maleta que arrastras/sólo tuyo el destino que escogiste».
Por estas páginas desfila una galería de mujeres precedidas por sus sombras, víctimas, en mayor o menor medida, del «catatónico amor» que da título a esta colección, aunque tras esta imagen demoledora hay lugar para la esperanza en una casa propia donde no se espera la llegada del amor y la voz poética decide cambiar las lámparas. También hay lugar para la ausencia, la aceptación del paso del tiempo y de la muerte, la complicidad madre-hija—«adolescencia y menopausia»—, dos niñas que juegan a encontrarse, a atraerse con la fuerza del imán de la memoria, a dejarse notas secretas bajo los botes de la cocina.
En esta casa de versos y letras hay una mujer que tiene las cosas claras por encima de catatónicos amores.
«Soy yo mi único credo»—nos dice.

