
Sólo vive quien arde
GENTE QUE BUSCA SU BANDERA
Braulio Ortiz Poole. Sevilla, Maclein y Parker, 2020
En esta era convulsa que nos ha tocado vivir, Svetlana Boym nos advierte del peligro de una epidemia global de nostalgia como mecanismo de defensa frente a un mundo cada vez más frenético y fragmentado. El retorno de sentimientos nacionalistas y símbolos nacionales denota un deseo de memoria colectiva que proporcione continuidad y cobijo frente a un panorama cambiante e incierto. En su libro póstumo, Zygmunt Bauman acuña el término retrotopía para explicar que, al asociar el futuro, si no con una situación peor que la presente, al menos con «más de lo mismo», hay una tendencia a mirar atrás, con nostalgia, en busca de las grandes ideas del pasado que tal vez fueron enterradas prematuramente. Resulta tentador dejar de lado el pensamiento crítico y abrazar lazos emocionales y protectores.
En su más reciente poemario, Braulio Ortiz Poole navega contracorriente para alejarse de la nostalgia identitaria. La gente de sus versos busca su bandera lejos de mitos y esencialismos comunitarios pues, en palabras de Alejandro Simón Partal, autor del prólogo, aquí las banderas «en lugar de señalar, abrigan». El libro, dividido en tres secciones y un epílogo, se sirve del motivo de la bandera para sugerir lo opuesto a lo que significa desde la nostalgia: incertidumbre. El poema homónimo se convierte en una bandera alternativa, siempre indefinida, para aquellos que la buscan eternamente y dudan, huyen, habitan los márgenes: extranjeros, desterrados, apátridas, locos, disidentes—«también ellos/están haciendo patria».
La patria puede conducir a la muerte—«los dos que nacieron de la misma costilla/hablarán entre ellos la lengua de la pólvora»—y nuestra historia y nuestros mitos ensucian la bandera de tela: «España/¿por qué cuesta decirte?/País de tanta luz,/¿por qué esta voluntad de ser tiniebla?». La madre patria es «extraña» pues «te pare y reniega». En esta patria-patriarcado, las mujeres sostienen en sus manos «una pequeña tela empapada de rabia», mientras ellos llevan sobre los ojos «la venda de su época», telas en cualquier caso que ciegan o aprisionan. Frente a la esterilidad de quienes abrazan ciegamente una bandera y toman de la palabra su ceniza, la gente nómada de estos versos «baila el viento» y, como brujas, se contorsionan en una nueva era.
Si estos versos miran hacia atrás, lo hacen para dar voz, sin nostalgia, a los fantasmas del pasado. Ortiz Poole hace comunidad pero, como nos dice Simón Partal, «una comunidad acogedora» más allá del mito, «un tratado de amor al género humano». Entre tanta tierra quemada y tantas piedras lanzadas que no construyen nada, esta gente arde porque sólo vive quien lo hace. Aprenderemos que las brasas «han dejado en los otros/la misma quemadura». La herida y la luz de la poesía. El canto que sobrevuela el paisaje.

