
Carmen Salas. Salitremente. Olé libros, 2021
EL SALITRE DEL OCASO
Aunque la Real Academia Española define el salitre como una «sustancia salina, especialmente la que aflora en tierras y paredes», el Diario de Cádiz escribía en 2016 que, hasta hace poco, por aquellas tierras se pronunciaba «salistre», con una «s» añadida, como si así se revistiera de más sal, de más jugo, de más vida. En clave de humor, este periódico concluía que es evidente que faltan académicos gaditanos en la RAE pues, si no, se añadiría una acepción que haga referencia al «rastro salino que queda en la piel tras bañarse en el mar».
Carmen Salas del Río, aunque afincada en Granada, nació en Cádiz y el salitre del Atlántico impregna su poesía hasta tal punto que el título de su último libro acuña el adverbio Salitremente que, a buen seguro, acabará en el prestigioso diccionario si sus académicos se adentran en estas páginas. Tras nadar por las refrescantes pero insondables aguas de estos versos, regresaremos a casa con el salitre impregnado en nuestra piel, como hacíamos antaño cuando no había en la playa duchas ni lavapiés, con una extraña sensación rasposa pero reparadora.
Siguiendo la estela de su anteriores poemarios ―Manto del alma (2016), La mirada del tiempo (2019) y El cantar de las caracolas (2020)― Salitremente nos deja una poesía desnuda, terrosa, recorrida por los pequeños pero grandes momentos cotidianos, donde el amor y el desamor dictan el rumbo. En esta ocasión, la voz sosegada dialoga con la vida desde una otoñal y dorada madurez que se sabe agradecida por tantas vivencias y, aunque presiente la ventisca del invierno, celebra el amor en todas y cada una de sus formas. De hecho, aparte del mar, el otoño se convierte en una imagen clave del poemario, asociada a la jubilación como una nueva etapa de luz donde los sentidos se agudizan. Los poemas de este libro parecen invocar al árbol milenario de Elena Martín Vivaldi: «Todo el aire, rama a rama/se enciende por la amarilla/plenitud del árbol. Brilla/lo que, sólo azul, se inflama/de un fuego de oro: oriflama». Y así regresaremos tras la lectura de los versos de Carmen Salas: impregnados de salitre y oriflama, de fuego de oro, de un ocaso junto al mar.
La primera parte, «Poesía y camino», es una declaración de intenciones con ecos machadianos, sólo que en estos poemas el camino se hace a nado, no a pie. La cita introductoria de Ángel González alude a un río que pudiera ser la vida que perseguimos ―resuenan aquí las palabras de Manrique: «Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar». Y entonces descubrimos que ese río somos nosotros y nosotras mismas, el agua que dejamos atrás y nos busca con nostalgia. Tal vez el secreto es mirar hacia delante sintiendo cómo esas aguas de ayer nos miran anhelantes. «Piel adentro» nos adelanta que este viaje será introspectivo, un arroyo de caricias, un amor fluido que muta continuamente, pero también «una carretera a ninguna parte,/ un horizonte pleno de libertad,/ un lago rebosante/ de minúsculos sueños/ para hacerlos crecer/ surcando el infinito». La voz poética promete surcar incansablemente los versos de este libro, nunca quietos, siempre revoloteando como mariposas, más allá de la edad y las limitaciones del tiempo. Y aunque no niega el veneno del mundo, tampoco renuncia a su locura. Al fin y al cabo ése es el jugo de la vida. El salitre.
Desde el principio, y como indica el título de la primera parte, la herramienta necesaria para afrontar la vida es la poesía. La que nos propone Carmen Salas anhela «conquistar/ la certeza», ser la respuesta a nuestras preguntas existenciales, aunque a veces la respuesta sea la propia poesía, aunque a veces el misterio de esta mágica herramienta sea en sí una respuesta. Porque la poesía es belleza, pero también dureza, desasosiego, denuncia, incertidumbre. La poesía tiene su propia verdad y, como dice Ángeles Mora: «Si las verdades dijeran la verdad/ mentirían». Carmen Salas lo sabe y por eso este poemario encierra su verdad. Esta primera parte concluye con una imagen onírica: «Una cucharadita de volátiles sueños/ en un tarro de cristal, he apresado». Es un intento desesperado por coleccionar sueños en un álbum de fotos efímeras. Ahora sí, ya estamos listos para zambullirnos en el tarrito de sueños de salitre de Carmen Salas.
La segunda parte, «Piel salitre», explora el amor y sus aristas. Aunque predomina el amor de pareja, no es el único. El poema «Cupido» parte de la tradicional y peligrosa visión del amor romántico para mutar en un proyecto de vida compartido, carente de misticismo y falsas expectativas. La voz poética se ubica en un inevitable otoño, esa estación de la vida que reivindica los destellos dorados y luminosos. El amor que recorre estos poemas es un amor de madurez, pero sin renunciar a la pasión y el deseo. El poema «Más amor» contrasta el amor romántico y peligrosamente pasional con uno cotidiano y seguro donde hay espacio para la pasión. En «Surco del deseo» abre la puerta al deseo en la madurez mientras que, en poemas como «Quiéreme» o «Una intensa chispa», explora abiertamente el erotismo femenino en esta etapa con la imagen de una mujer floreciendo como una planta. Son éstos poemas en los que la voz poética femenina explora sin tapujos su deseo e impone su voz sin cortapisas patriarcales. «A mi manera» o «Sólo para ti» muestran a esta mujer, que declara: «hoy me invade ser traviesa, pícara» mientras repite incesantemente «Hoy quiero» hasta concluir: «Hoy me apetece/ ser el poema/ que te nombra/ sin nombrarte». Es ella como mujer quien tiene control absoluto del lenguaje, quien se convierte en demiurgo para crear la realidad, nombrándola.
Y es entonces cuando entendemos el poder de la poesía, que se convierte en salvavidas y ordena la vida y su caos. «La verdad del poeta» vuelve a la metapoesía para indagar en la verdad de la vida, como si la hubiera, como si el o la poeta pudiera apresarla y compartirla en sus versos. La voz poética es consciente de que poetiza construyendo una historia alternativa «sobre la piel desierta de un folio», de que su labor es crear un mundo propio con una verdad propia que puede servir de antídoto ante una realidad desordenada y dolorosa. Sus palabras danzan, como sugiere otro de los poemas. Sus palabras son música.
Pero, como decía antes, esta sección también explora otros tipos de amor. «Inventar el otoño» se adentra, desde la jubilación, en el amor por la vocación docente y por los niños y niñas del colegio, al igual que el último poema de esta parte, «Versos para Loli», dedicado a dos compañeras de libros y lecturas. Asimismo, «Como una carta sin alas» se adentra en el amor filial. Es un poema muy revelador porque, a pesar del inmenso amor que siente por sus hijos, la voz poética se sabe en otra etapa donde ellos deben volar y, como en el «Retrato» de Machado, se siente ligera de equipaje, «casi desnud[a], como los hijos de la mar». Aunque «más huérfana y sola en cada etapa», tal vez acusando el síndrome del nido vacío, esta mujer evoluciona hacia la desnudez, hacia la austeridad, y deja atrás los silencios que duelen, aferrándose a un único adorno: «risas, fe, ilusiones». Incluso hay sitio para la denuncia social. «Mediterráneo» es una elegía al drama de la inmigración. El mar del título se presenta como «una fosa común que nadie nombra», «un cementerio del horror». En este libro el mar no es sólo un territorio para el amor; es también un espacio de rabia. El amor a la vida que conduce a la muerte.
La tercera parte, «Piel silente», ofrece el contrapunto a la anterior. Frente a la poesía como herramienta lingüística, este apartado explora el silencio a través de poemas ligeros que reivindican su inmenso poder. La poesía, al igual que la vida, está salpicada de silencios plenos de significado. Los poemas iniciales invocan silencios destructivos, que corroen «como si fueran lumbres./ Sin consumirse tras cada silencio». Sin embargo, luego se vislumbra un silencio cómplice y valioso, un misterio por descubrir. Se produce, por tanto, una tensión entre los silencios anhelados y los que hieren, hasta el punto de que el poema «Silences» se plantea si los silencios nos perseguirán siempre, como ecos terribles y vacíos.
En «Como arena», la cuarta parte, cobra más fuerza si cabe la voz poética que, como ya se anticipara, vuela libre de ataduras, sabiéndose dueña de su palabra y su existencia. «Idilio» y «Versátil e indeciso» cuestionan las relaciones tóxicas o inviables y el mar regresa como bálsamo reparador: «Volver a renacer en otro mar».La voz se alza poderosaen «Sempre libera», donde se funde con las hipnóticas sirenas de La Odisea a través de potentes antítesis que dan cuenta de su compleja y poderosa identidad: «lejana y cercana,/ loca y cuerda,/ mundana e inocente./ Tal cual tal cual sempre libera». A su vez, en «Mujer», cuestiona la identidad patriarcal por el mero hecho de ser mujer y se rebela contra su sumisión cuando, en «Ítaca 2020», se apropia del papel de Ulises como heroína contemporánea que regresa a Ítaca gracias a sus palabras. Siguen poemas donde se invoca el poder de la noche, de la luna, de la tierra, de lo femenino.Nos acercamos, de este modo, al fin y al origen: «Piel de arena», la piel de la vejez que roza el fin pero también el origen: «seremos piel de arena volviendo al barro», pero desde el amor.
Finalmente, en la quinta y última parte, «De mente», predominan imágenes de futuro ensuciadas de un presente que huele a fin. Son constantes las referencias a la infancia en poemas como «La niña interior», «Cuéntame un cuento» o «Mirada de un sueño roto», donde la voz poética se compara con la niña que mira a su muñeca rota y el ocaso de la vida retorna a la niñez. Entonces hay un grito ineludible. ¡Carpe diem! El presente se percibe nubloso, pero si hay una certeza es precisamente el agua del ahora que se escurre en nuestras manos. En «Vida» el mensaje es claro: «vivir el hoy» puesto que «somos aves atravesando el tiempo».
Tras el otoño dorado del poemario, esta última parte introduce la imagen del invierno, ligada a destrucción y muerte. Sin embargo, en mitad de este helado desgarro (con un guiño al coronavirus en «Oda a la fragilidad»), en estos poemas siempre hay hueco para la esperanza. «En el espejo» muestra la vejez y sus arrugas como huellas que la voz poética no quiere borrar porque son el testimonio de sus vivencias. Y así, el libro evoluciona hacia la luz en «Cuando la aurora» y, una vez más, esgrime la poesía como herramienta de esperanza: «lápices, bolígrafos,/ libretas en los bolsos/ para dejar constancia/ imperecedera/ de lo sublime de este firmamento/ tan azul». La solución es la poesía, «palabras que disipen la oscuridad». La solución es «habitar la vida con otros ojos», los del amor, para que, como nos dice el último poema, «Cuando se te cae la vida», te levantes tras el viento y su tormenta y aprecies el regalo que es vivir.
Y si no puedes escapar del viento, entona los versos de Shelley, el poeta romántico, en su famosa oda: «salvaje Espíritu, que por todos lados te mueves,/
destructor y protector, ¡escucha, oh, escucha!». Regresa entonces a casa cubierto de sal, de versos, de vida. Salitremente.
Gerardo Rodríguez Salas